Y era un sabor de mazorca que dobla la caña con su peso.
Rosario Castellanos
Algunos martes 13 nos resultan un tanto amargos y desafortunados. Ese día del mes de
agosto de 1521 cayó Tenochtitlan y comenzó un interminable calvario de tres siglos para lo
que hoy es México. Este martes 13 de junio, un número importante de productores de maíz
acudieron a Palacio de Gobierno y no fueron atendidos. Luego tomaron el Boulevard
Emiliano Zapata y marcharon rumbo al aeropuerto en protesta porque no hay acuerdo en
precios de garantía para más de 3 millones de toneladas del grano. La autoridad policial
bloqueó la entrada a la terminal aérea y los productores continuaron a pie hasta las
instalaciones de ese puerto aéreo.
Quedaron bloqueadas las entradas hacia las salas de espera. Muchos viajeros no pudieron
salir. Hubo algunos detenidos que visitaron la Barandilla municipal. Se alteró la vida de la
ciudad por la tensión que todo esto genera. Llama la atención el marco en que se da la
movilización: se ha dicho en voz baja y a pecho abierto que quienes impulsan las
movilizaciones son los medianos y grandes productores (de más de 20 hectáreas) y que hay
intereses de llano choque contra el gobierno federal, también digamos que, en vísperas de la
marcha y toma del aeropuerto, el gobernador declaró que si se movilizaban no les
comprarían su maíz.
No deseo poner en duda lo primero, pero la opinión del gobernador tampoco me pareció la
más juiciosa para este momento crítico. Confieso que las acciones de los maiceros
(impulsadas si se quiere por los grandes productores) y las reacciones de la autoridad (con
declaraciones y movimiento de policías armados), me remite a hurgar en los planteamientos
del Plan Nacional de Desarrollo 2019-24 y a plantear algunas consideraciones sobre el
problema del maíz.
En el eje 3 de ese plan se reivindica como objetivo la autosuficiencia alimentaria y el
rescate del campo. Y se hace reconociendo algunas dolorosas verdades: “El sector agrario
ha sido uno de los más devastados por las políticas neoliberales”. Y buscando enmendar
entuertos del empobrecido campo, más adelante plantea:
“El gobierno federal se ha propuesto como uno de sus objetivos romper ese círculo vicioso
entre postración del campo y dependencia alimentaria”. Y el programa de que echa mano,
dice: “Está orientado a los productores de pequeña y mediana escala, beneficiará a unos 2.8
millones de pequeños y medianos productores (hasta 20 hectáreas), que conforman el 85
por ciento de las unidades productivas del país, con prioridad para 657 mil pequeños
productores indígenas”.
No está mal, pero hay dos cosas que no contempla el Plan Nacional de Desarrollo: la
dimensión que entraña la autosuficiencia alimentaria y la necesidad de incorporar a la otra
parte de productores del campo. Sí, a los medianos y grandes propietarios. Porque si la
meta a perseguir es la soberanía alimentaria, con ese 85 por ciento de unidades productivas
de que habla el Plan no se puede resolver el problema; es más, en las condiciones actuales
ni incorporando a los productores privilegiados del campo se puede alcanzar la
autosuficiencia alimentaria. Esta es nuestra realidad: México demandó el año pasado 45
millones de toneladas de maíz y sólo produjo 28, por lo que tuvo que importar 17 millones
de toneladas. Y le tuvimos que perder el amor a unos 6 mil millones de dólares para traer
ese maíz. Por eso
creo que debe revisarse la política pública aplicada hasta hoy en materia de autosuficiencia
alimentaria.
En la primera parte del Plan Nacional de Desarrollo se plantea como consigna que “el
mercado no sustituye al Estado”, pero lo hecho en estos años de la administración
amlovista no está lejos de ello en el tema maicero. Seguimos dependiendo,
inexplicablemente, de lo que imponga la Bolsa de Chicago. Y a pesar de la calidad de
nuestro maíz y de lo que implica como horcón del medio de la cultura nacional. En el
amanecer del Plan de Desarrollo se planteó como precio de garantía “5 mil 610 pesos la
tonelada de maíz”. Cuatro años después, contando la doble crisis sanitaria (Covid-19) y
económica y el fenómeno inflacionario actual, la lucha es por un precio de garantía de
apenas 7 mil pesos la tonelada.
Sin maíz no hay país, dice la sabia consigna de muchos mexicanos. En el grano y en la
mazorca descansan cuna y civilización mesoamericana. Hemos evolucionado juntos.
Cosmovisión y alimento del alma se generan en el grano que va al vientre de la madre tierra
y que nos obsequian multiplicado los dioses Centéotl (aztecas) y Yum Kaax (mayas).
Nuestra andadura ha ido a la par durante milenios y los pasos que demos al futuro serán de
la mano del maíz.
En el Plan de Desarrollo se dice que las políticas oficiales (anteriores) favorecieron las
agroindustrias y megaproyectos y condenaron al abandono a comuneros, ejidatarios y
pequeños propietarios. Es cierto. Como también lo es que esas grandes empresas siguen
funcionando sin que haya políticas alternativas.
Y como no hay otra realidad, con esas chivas tenemos que buscar la solución de esta
coyuntura. Hay una propuesta desde los mismos productores que va cobrando fuerza: que
en lugar de comprar los dos millones de toneladas a que se comprometió el gobierno y a las
que luego tendrá que buscarles mercado, se subsidie toda la producción de 5 millones y
medio de toneladas con mil quinientos pesos por tonelada. El costo de la compra de 2
millones de toneladas de maíz a 6 mil 965 pesos es de 13 mil 930 millones de pesos. Es la
solución de gobierno. La propuesta no gubernamental es el subsidio de mil quinientos
pesos por tonelada a la producción total de 5 millones y medio de toneladas. Su costo es de
8 mil 250 millones de pesos. Se movilizarían 5 mil 680 millones de pesos menos. Y el
gobierno no tendría que buscar almacenaje y ni mercado a lo que pretende comprar. Ojalá
coincidan las cuentas y las intenciones políticas. Vale.(rrazones.com)